El materialismo dialéctico es el fondo del marxismo porque es el método del marxismo. No es posible separar mecánicamente las tres partes integrantes del marxismo aceptando unas y rechazando otras como quien elige salchichas o tocino en un bufet. Si rechazamos el método del marxismo, convertimos a este en un formalismo vacío, rígido y sin vida. Sólo podemos entender cabalmente El Capital, por ejemplo, si comprendemos que, en virtud de sus leyes internas y contradicciones, este sistema socioeconómico no es eterno, que nació de un rompimiento de la continuidad (una revolución), y que está condenado a perecer, o de lo contrario las bases de la civilización estarán en peligro, por ser un freno para el avance del hombre y la ciencia (fuerzas productivas) que se han desarrollado en su seno. La economía política marxista es la aplicación del materialismo dialéctico en el terreno de la sociedad capitalista. A diferencia de Hegel, Marx no impone el método a la realidad, sino que abstrae este método, por medio de la investigación, del desarrollo histórico real, muestra que este método es un reflejo ideal de la forma en que se desarrolla el capital y lo vuelve a aplicar a la realidad histórica como una herramienta de análisis superior. "Mi método" —nos dice Marx— "no sólo difiere en su base del hegeliano, sino que además es todo lo contrario de este. Para Hegel, el movimiento del pensamiento, que él encarna con el nombre de idea, es el demiurgo de la realidad, que no es más que la forma fenoménica de la idea. Para mí, en cambio, el movimiento del pensamiento es la reflexión del movimiento real, transportado y traspuesto en el cerebro del hombre (...) Hegel desfigura a la dialéctica por medio del misticismo, es, sin embargo, el primero que expone su movimiento de conjunto. En él se encuentra cabeza abajo; basta con ponerla sobre sus pies para encontrarle su fisonomía en todo sentido racional"1.
Pero la dialéctica no es sólo un método para el estudio de la economía capitalista es, sobre todo, una concepción del mundo. Esta concepción del mundo es radicalmente diferente de las concepciones anteriores —aunque no tiene una posición nihilista de sus predecesoras, sino que es una negación dialéctica de ellas— porque no se separa metafísicamente de la realidad y de las ciencias específicas que estudian aspectos diversos de esa realidad, sino que constituye la generalización más amplia de sus resultados. Es la generalización que concibe a todos los aspectos de la realidad material y social —y sus reflejos ideales históricos— en constante movimiento, concebidas en su vida y no en su muerte, a través de sus contradicciones y de su conservación en el cambio. Al mismo tiempo, este método no pretende sustituir a las ciencias concretas, ni le dice al científico lo que debe hacer o decir (no pretende ser el policía de la ciencia); cada ciencia tiene sus métodos y leyes particulares determinadas por su campo de estudio, sólo dota al científico de un método más general que le permite concebir los hechos en su interconexión y sus recíprocas determinaciones. Al afirmar que se puede obtener un método a partir del desarrollo mismo de las ciencias y aplicarlo a ellas mismas, el marxismo es la negación del empirismo vulgar2, la escuela escolástica que se autodenomina filosofía de la ciencia y que en realidad es la negación del pensamiento abstracto y de la generalización teórica, condición de la ciencia y de la filosofía. Por supuesto el simple hecho de repetir como muñeco de ventrílocuo las ideas generales de la dialéctica (como la idea de la unidad y lucha de contrarios, etc.) a la manera de los manuales estalinistas no sirve para nada, es necesario estudiar la complejidad concreta de los fenómenos y explicar cómo el movimiento y las contradicciones se manifiestan en un fenómeno determinado, tal como lo hizo Marx en su estudio del capitalismo. Por ello la unidad con las ciencias positivas y su generalización teórica es una condición elemental del materialismo dialéctico.
Kant ya había afirmado que para el conocimiento científico no basta la percepción empírica, sino que ésta requiere de conceptos. Para Marx, estos conceptos no son productos de la razón pura sino productos de la historia; para liberarnos de la esclavitud de lo concreto, se requiere generalizar lo concreto con un criterio científico. Como decía el viejo Engels: "Los naturalistas" —el lector puede cambiar el término por positivista— "creen que se libran de la filosofía al hacer caso omiso de ella o injuriarla. Pero no pueden avanzar sin pensar, y para pensar necesitan determinaciones del pensamiento. Pero toman esas categorías, sin reflexionar, de la conciencia común de las así llamadas personas educadas, que se encuentra dominada por reliquias de filosofías hace tiempo caducas, o por la escasa porción de filosofía escuchada por obligación en la universidad (que no es sólo fragmentaria, sino además una mezcolanza de concepciones de personas pertenecientes a las más variadas escuelas, y por lo general las peores), o de lecturas acríticas y asistemáticas de escritos filosóficos de toda clase. Por lo tanto, no se encuentran menos cautivos de la filosofía, sino por desgracia, además, en la mayoría de los casos, de la peor filosofía, y quienes más insultan a la filosofía son esclavos, precisamente, de las peores reliquias vulgarizadas de las peores filosofías"3. "...Entonces, el desprecio empírico por la dialéctica recibe su castigo cuando algunos empiristas más formales se ven llevados a la más estéril de todas las supersticiones, al espiritualismo moderno"4.
Cuando tratamos de estudiar un fenómeno, no lo estudiamos por primera vez; en virtud de la influencia social, somos herederos de las ideas, métodos y conocimientos de nuestros antecesores, con los cuales enfocamos el fenómeno en cuestión, métodos que, en muchos casos, han sido rebasados por los resultados mismos de la ciencia. De lo que se trata es de ser concientes de si esos métodos contienen ideas que en lugar de ser una palanca del conocimiento constituyen un freno, de saber si esas ideas se imponen a la realidad o nos ayudan a profundizar en ella. A diferencia de lo que creen los irracionalistas, sí existe un criterio para saber si las ideas son correctas o incorrectas. Ese criterio es la práctica social, en la que el hombre interviene activamente, transformando la naturaleza y a sí mismo y contrastando sus ideas con su actividad práctica (todo criterio separado de la práctica es escolástico); en el materialismo dialéctico se trata de enriquecer nuestros métodos teóricos con el manantial de la experiencia histórica ampliada progresivamente por el desarrollo de las fuerzas productivas, teniendo la certeza de que, con los medios de que disponemos, nuestro método nos permite avanzar de la mejor manera en el proceso infinito de aproximaciones sucesivas del conocimiento humano. El método debe concebir a la realidad tal cual es: una realidad cuyo único absoluto es el movimiento complejo a través de contradicciones; esa es la esencia de la dialéctica materialista.
b) El contexto del surgimiento del método marxista
El marxismo como todas las expresiones ideológicas es, en última instancia, producto del desarrollo de las fuerzas productivas y expresión de la lucha de clases. En la época del nacimiento del marxismo, la visión mecanicista de la naturaleza empezaba a ser superada por el desarrollo de la ciencia, que mostraba ya su relación recíproca rebasando el método puramente analítico, que concibe los procesos de manera aislada como mariposas pegadas en la pared de un coleccionista. Parecía que se regresaba a la visión dialéctica de la filosofía griega, sólo que a un nivel cualitativamente superior en virtud de la cantidad de datos concretos verificados científicamente (la teoría del caos y la reacción cada vez mayor de la comunidad científica en contra de la sectarización y reductivismo del conocimiento es, como veremos en su momento, un reconocimiento tardío de este planteamiento).
Como Engels menciona en varios de sus escritos (Anti-Dühring, El fin de la filosofía clásica alemana, y Dialéctica de la naturaleza). A principios del siglo XIX, en el terreno de la geología, Lyell rompió con la visión estática de la superficie terrestre, abriendo, al mismo tiempo, las premisas de la adaptación y evolución de las especies. En Física, Joule determina el equivalente del calor en fuerza mecánica, mostrando la vinculación de las fuerzas físicas, su transformación mutua; su mediación universal como diría Hegel. Ahora las fuerzas físicas ya no estaban separadas por una muralla china, sino que en determinadas circunstancias, la fuerza mecánica se transforma en calor, el calor en luz, la luz en electricidad, la electricidad en magnetismo, etc. En Biología el descubrimiento de la "unidad básica de los organismos": la célula, significó el rompimiento de las especies supuestamente fijas creadas por separado y sin más relación que la armonía preestablecida. Darwin propuso una valiente teoría que rompía con la historia del Génesis y situaba a las especies en un proceso de transformación en relación dialéctica con el ambiente. Por otro lado en el terreno social en 1831, ocurrió en Lyón la primera sublevación obrera, Europa entera se encontraba al borde de una proceso revolucionario que estalló en 1848; el desarrollo de la industria había puesto de relieve la relación del avance tecnológico con las transformación de las relaciones sociales y todas las contradicciones estudiadas por Marx en El Capital.
Es dentro de este marco histórico como el marxismo se nos aparece: no como el producto fortuito de un genio, aunque por supuesto esta teoría solo podía surgir, en la forma magistral en que se nos legó, de la mente de un genio —ese recurso tan recurrido por los románticos ante su incapacidad de explicar el proceso histórico— , no como una teoría que bien podía haber aparecido en tiempos de Nabucodonosor, si en esos tiempos los hombres hubieran sido tan inteligentes, sino como una teoría hija de su tiempo: que es revolucionaria por su propia esencia, que no solamente trata de comprender al mundo por una necesidad puramente teórica o escolástica, sino fundamentalmente comprenderlo para transformarlo.
"La naturaleza es la piedra de toque de la dialéctica" decía Engels. Es intención de este texto mostrar cómo los últimos descubrimientos y teorías científicas demuestran el hecho de que la naturaleza se desarrolla en última instancia de manera dialéctica —confirmando la afirmación de Engels—, y la importancia para la ciencia y el mundo contemporáneo de esta forma de enfocar los procesos. Las nuevas ideas como la teoría del caos parecen señalar que estamos al borde de una verdadera revolución científica. Como diría Tomas Khunn, parece que el período de ciencia normal está al borde de una nueva era que abrirá nuevos paradigmas y someterá a los antiguos, sobre todo al viejo método metafísico de pensar (el cacareado positivismo), a una negación dialéctica. La teoría de Einstein de la relatividad, la física cuántica, la nueva versión de la teoría de la evolución de Darwin, desarrollada por el recientemente desaparecido Jay Gould, conocida como equilibrio puntuado, la teoría del caos y la complejidad desarrollada por Benoit Mandelbrot, Lorenz, y otros; los recientes descubrimientos sobre el genoma humano, entre muchos otros, son muy llamativos por su similitud con la filosofía dialéctica. También llama la atención el que, a excepción de Jay Gould, quien reconoció abiertamente la similitud de su teoría con el materialismo dialéctico, todos estos descubrimientos y teorías, que apoyan conclusiones dialécticas, se hayan desarrollado al margen de la filosofía dialéctica. Lo cual, en nuestra opinión, es una muestra de que la concepción dialéctica es algo más que una mera especulación y de que la dialéctica objetiva (la dialéctica de la naturaleza y la sociedad) es la mejor prueba de su expresión teórica desarrollada (dialéctica subjetiva), sistematizada por primera vez por Hegel y aplicada científicamente por Marx.
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